visitantes en el museo D'orsay

Visitantes en el museo D’orsay, Paris

No es novedad que el turismo se ha convertido en la Gran Industria desde el  siglo pasado y no solo para los países emergentes que han visto como supone su principal fuente de ingreso. Francia, primer destino mundial, sigue haciendo esfuerzos por  mantenerse en el ranking y el resto por ir escalando en la lista. Pero ¿qué estamos dispuestos a hacer para sostener esa constante entrada de divisas? Parece que la respuesta es Todo.

Ciudades convertidas en parques temáticos como Venecia, Toledo, Mikonos o Chefchaouen en Marruecos capean como pueden los conflictos que surgen de crear urbes exclusivas para el turismo, mientras sus habitantes, conscientes del negocio, se adaptan como pueden a vivir en medio de avalanchas de visitantes que lo llenan todo distorsionando no solo el día a día sino sus tradiciones y costumbres.

Afluencia de turistas en Mikonos

Afluencia de turistas en Mikonos

En mi anterior entrada Las «vergüenzas» de Occidente comentaba como con tal de agradar a los visitantes musulmanes se habían ocultado las estatuas clásicas de desnudos de los museos vaticanos y suspendido una almuerzo porque se iba a servir vino. Del otro lado, por poner unos ejemplos, los complejos turísticos que se están desarrollando en el norte de Marruecos ofrecen sin ningún tipo de conflicto religioso alcohol y permiten bikinis en sus playas. Ciudades como Magaluf o San Antonio en Ibiza consienten borracheras y desmanes generalizados de las hordas de jóvenes ingleses dispuestos a «pasarlo bien» a cambio de que pasen por caja. El Sudeste asiático o Cuba mantienen la permisividad para no ahuyentar los enormes beneficios que el turismo sexual les aportan.

Calle de Chefchouen, Marruecos

Calle de Chefchouen, Marruecos

Lamentablemente los turistas, conscientes de su poder, no ponen el menor empeño en respetar las tradiciones de los lugares que visitan y viajan para comprobar cómo las imágenes que tienen de estos entornos coinciden con la realidad sin enterarse, la mayor parte de las veces, de qué van. Al final los comidas, hoteles y lugares de ocio son los mismos que los de sus países de origen, solo cambia el paisaje y el hecho de «estar de vacaciones«, una carta blanca de «todo vale» y «aquí puedo hacer cosas que en mi país serían intolerables«.

Poco, o nada, se habla del protocolo en el turismo cuando los turistas somos embajadores de nuestros países allá donde vamos.

La industria turística mundial debería preocuparse más por mantener el equilibrio de los lugares de destino: convivencia entre foráneos y autóctonos, choque de costumbres, límites religiosos o simplemente de cortesía. Mientras, los países exportadores de turistas tendrían que hacer un verdadero esfuerzo de educación para respetar a los habitantes de estos lugares dignos de conocerse más allá de las fotos. Al fin y al cabo el refranero español resulta muy esclarecedor: «Dónde fueres haz lo que vieres» y/o «Lo que no te gusta para ti no lo hagas a los demás». Simple.