¿A quien no le gustan las buenas historias? Luis Astolfi, escritor, blogger, informático, catador de vinos,… nos trae hoy un precioso cuento que quiero regalarte para despedir al año. La captura de un instante lleno de belleza y elegancia.
La fotografía
La mujer estaba sola en aquella fiesta.
La mujer de piel blanca y cabello negro, como un deseo inconfesable, estaba sentada en una silla de madera del color del caramelo tostado. Vestida con su vestido negro, como la noche en que se cumplió aquel deseo; vestido negro y corto, muy corto, mucho más allá de un palmo por encima de las pálidas rodillas; los delicados hombros al aire, las piernas juntas, paralelas, no cruzadas, inclinadas levemente hacia su derecha, hasta sus pies juntos, de tacón de aguja; las manos en su regazo, juntas, una sosteniendo a la otra, el cuerpo erguido, el largo cuello firme, el rostro marmóreo vuelto hacia su izquierda, mirando a ningún sitio, o quizá a algún lugar en particular, pensando en secreto en algo que nunca nadie llegaría a descubrir jamás.
El fotógrafo de la prensa de sociedad, atento a todo lo extraordinario con lo que pudiera toparse en la fiesta, se fijó repentinamente en la mujer, que en ningún caso se hubiera fijado, seguramente, en él. Instintivamente, el fotógrafo hizo amago de alzar la cámara, siempre aferrada por sus manos, pero algo le detuvo bruscamente, como un muro imprevisto levantado en mitad de una autovía: su mirada. (Porque se estrelló bruscamente, como contra un muro imprevisto levantado en mitad de una autovía, con su mirada.)
En fotógrafo entonces, recomponiendo a duras penas cada hueso de su cuerpo destrozado por el salvaje impacto, levantó despacio la cámara, mostrándosela a la mujer, tímidamente, con cuidado, como si temiera que ese modo de pedirle permiso ya llegara tarde.
La mujer, sin moverse de su posición tomada, miró la cámara, que temblaba en las manos del fotógrafo, le miró a él a los ojos moviendo solamente los ojos y las pestañas, y asintió apenas perceptiblemente con su cabeza, pintando un esbozo de sonrisa en sus labios del color de una rosa pálido.
El fotógrafo, profesional y certero, disparó sin dudar, a su vez mostró su agradecimiento silencioso con un asentimiento, y se marchó apresurado, como si temiera que ella fuera a cambiar de idea y no le permitiera conservar su preciado trofeo.
Silenciosa, la mujer devolvió su mirada a la nada infinita de sus pensamientos.
Hermoso ¿verdad? Luis Astolfi, aprovechando ese momento mágico entre fotógrafo y modelo, ha querido compartir una reflexión sobre la elegancia que te animo a conocer, no tiene desperdicio:
Armonía
«Creo que la elegancia no es un modo de estar, sino un modo de ser.
Y lo pienso por una simple razón: porque la elegancia es armonía.
La armonía, me parece, es una atribución natural, que nos viene impuesta por la Naturaleza, por todo aquello que estamos acostumbrados a ver, y a sentir, desde que el ser humano existe, con sólo levantar la vista y mirar, con escuchar, oler o tocar lo que nos rodea, percibiéndolo a través de todos nuestros sentidos. La Naturaleza, aunque a veces nos pueda parecer que no, siempre es armonía.
Porque en la Naturaleza, la armonía se puede presentar con muy diferentes caras.
Armonía es un mar en calma, callado, luminoso, pero también lo es un mar encrespado y rugiente, donde cada gota y salpicadura de espuma va por su lado, componiendo una danza en apariencia caótica que, sin embargo, nos parece de una belleza indescriptible.
Armonía es un paisaje montañoso, nevado, silencioso, y también lo es la erupción explosiva de un volcán, que nos atrae con fuerza y nos fascina contemplar (aunque eso sí, a una distancia segura).
Armonía es un bosque lleno de susurros que se dicen las ramas y las hojas y los miles de habitantes que, visibles e invisibles, lo llenan de vida, y armonía es un incendio devastador que todo lo arrasa, allanando el terreno para que, después, una nueva generación tome posesión de brizna de hierba recién nacida.
Y si el concepto de elegancia pura y dura cambia con el tiempo, con las modas, la armonía que subyace en ese concepto es algo que permanece firme, inmutable, porque es aquello que al percibirlo por nuestros sentidos nos hace sentir bien, inmersos en la naturaleza que es nuestra cuna y nuestro hogar durante toda nuestra vida.
En el pequeño cuento con el que he comenzado, la mujer protagonista ES elegante. La mujer es elegante ahí quieta, sin moverse, sin hablar, sin mirar a nadie. Lo es tal y como está vestida, y lo sería si no llevara nada encima. Es elegante porque lo es, y no porque lo esté. Y eso fue lo que la experiencia del fotógrafo percibió, y entonces lo quiso robar sin que fuera necesario hacerlo, porque al ser sorprendido en su delito, y entonces pedir el permiso del arrepentimiento, el regalo de capturar esa elegancia, para siempre, le fue concedido».