Por Elena Valor.
En los círculos de Protocolo existe un debate reciente sobre la tendencia que están adquiriendo los políticos hacia la naturalidad y ser cada vez más campechanos. Los asesores de comunicación pelean día a día en acercar a los dirigentes a su electorado por si así consiguen suavizar la mala fama que tiene la clase política en los últimos tiempos.
Ahora bien, ese acercamiento supone en muchas ocasiones mostrar el mayor desprecio hacia reglas básicas de protocolo. Ejemplos: el comentario del primer ministro británico sobre el «ronroneo de felicidad» de la Reina Isabel al conocer el «no» escocés a la independencia, o el saludo del presidente Obama a la bandera, recién bajado del avión presidencial, con un vaso de café en la mano. ¿A dónde vamos a llegar? se preguntan muchos escandalizados.
Personalmente pienso que el protocolo lleva muchos siglos con nosotros para facilitarnos la vida, que las reglas estrictas son para romperlas siempre que contribuyan a mejorar las relaciones de las personas y entren dentro de la elemental educación. La realeza aumentará su aceptación cuanto más de acerque al pueblo y este compruebe que, lejos de ser seres inalcanzables, son personas como todos y, fundamentalmente, útiles para el buen gobierno.
Presidentes, diputados, consejeros de cajas de ahorro, alcaldes y concejales deben ser próximos en formas, pero por encima de gestos y actitudes «para la galería», lo que los votantes exigimos es que sean eficaces, honrados y capaces de aportar bienestar a una población un poco harta de posturas y campañas de imagen envueltas en casos de corrupción inadmisibles.
¿Tú qué piensas?
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¡Nos vemos en las aulas!